El asesinato del rapero Eduardo Ruiz genera indignación, vigilia de artistas, familiares y colectivos, mientras ciudadanos cuestionan la violencia policial y la gestión del Congreso en medio de crisis institucional.
La tarde del miércoles 15 de octubre quedó marcada en Lima como un día de luto y de protesta. La Plaza de Francia, que normalmente sirve como punto de encuentro para caminantes y curiosos, se transformó en escenario de tragedia. Eduardo Mauricio Ruiz Sáenz, conocido en la escena urbana como Trvko, un rapero de 32 años oriundo del distrito San Martín de Porres, murió por un disparo mientras participaba en las manifestaciones que exigían cambios políticos y renuncias en el Congreso.
Trvko no era solo un músico; era un joven que representaba a una generación que busca transformar su entorno a través del arte y la música. Sus letras reflejaban la vida de los barrios limeños, los sueños de quienes enfrentan desigualdad y la lucha cotidiana de los jóvenes que encuentran en el hip hop un espacio de expresión y pertenencia. Canciones como “Osadía” y “Que Sopa” ahora resuenan con un eco diferente: el de la indignación y la memoria de quien dejó un vacío imposible de llenar.
Quienes lo acompañaban relatan que Eduardo no estaba solo. Iba con amigos y en un momento de tensión fue atacado por un hombre que, según los testigos, vestía de civil y estaba acompañado por dos mujeres. Los disparos no fueron al aire, como suele suceder en operativos policiales: uno de ellos alcanzó directamente el pecho de Eduardo, provocando su muerte instantánea. Tres casquillos quedaron en el suelo, testigos silenciosos de la violencia que se desató en medio de la manifestación.
La fiscalía confirmó que el joven rapero falleció por un impacto de bala en el tórax. Mientras tanto, sus amigos expresan una mezcla de dolor y rabia: para ellos, lo ocurrido no fue un accidente ni un resultado inevitable, sino un acto de violencia directa hacia quienes se encontraban defendiendo sus derechos en la plaza. La noticia se propagó rápidamente en redes sociales, con mensajes de solidaridad que llegan a su familia y a su hijo de 10 años, quien quedó huérfano tras los hechos.
El comandante general de la Policía Nacional, Oscar Arriola, señaló que el responsable del disparo sería el suboficial Luis Magallanes, quien permanece detenido y hospitalizado tras recibir politraumatismos. La explicación oficial sobre la detención no logra calmar el dolor de quienes ven en la acción policial una demostración de abuso de poder y falta de control.
Mientras la ciudad lloraba la pérdida de Trvko, el Congreso se encontraba en medio de su propia tormenta. Una moción de censura contra José Jerí, presidente de la mesa directiva y ahora mandatario por sucesión constitucional, acusaba a la autoridad de actuar sin legitimidad moral y enfrentando cuestionamientos éticos y legales. Entre las denuncias en su contra se mencionan presuntos delitos de violación y enriquecimiento ilícito. Pese a la gravedad de los señalamientos, la moción fue archivada pocas horas después, lo que profundizó la frustración de los manifestantes y la sensación de impunidad en la sociedad.
Las demandas de la ciudadanía son claras: renuncia de Jerí y elección de una nueva mesa directiva que recupere la confianza en las instituciones. Sin embargo, el presidente interino se mantiene firme en su discurso de estabilidad, afirmando que su prioridad es mantener el orden y que solo a través de la colaboración se podrá evitar que la crisis se agrave. Mientras tanto, la tensión se mantiene, y la violencia institucional sigue marcando la vida cotidiana de los limeños.
El legado de Eduardo Ruiz Sáenz comienza a materializarse en la vigilia convocada por familiares, amigos, colectivos de hip hop y organizaciones de derechos humanos el 16 de octubre. Velas, mensajes escritos y canciones llenan la plaza, transformando el espacio en un lugar de memoria y protesta. Los asistentes buscan honrar su vida y su compromiso con los jóvenes del barrio, recordando que su música era más que entretenimiento: era un puente entre realidades diversas y una herramienta de conciencia social.
En este escenario de dolor, indignación y solidaridad, Lima enfrenta una encrucijada. La ciudad recuerda a Eduardo, a Trvko, y con él a todos los jóvenes que luchan por un futuro más justo. La música y la memoria se mezclan con la protesta y la vigilia, convirtiendo cada esquina en un recordatorio de la vulnerabilidad de la vida y de la necesidad de rendir cuentas a la ciudadanía.
